viernes, 31 de octubre de 2008

Cleofas

Cleófas, una cuarentona mujer caminaba por el empedrado camino rumbo al molino de nixtamal de un pequeño poblado de San Andrés Timilpan, el frió de la zona no le incomoda, tal vez acostumbrada al inclemente frió o tal vez se ha templado como pocas mujeres, o tal vez los primeros rayos del sol le indican que se ha hecho tarde y sus deberes de esposa y madre la obligaran a estar apurada parte de la mañana; Su calzado de plástico y sus calcetas rojas se notan al levantar sus enaguas por el tremendo lodazal típico de las lluvias del mes de mayo, Llega al molino y mientras espera en la fila, sus pensamientos anticipan las actividades: Pasar a comprar lejía y jabón para lavar la ropa, estambre de color rojo para hacer los pañales de su pequeño Jaimito, piloncillo negro y altincar que le encargo su esposo Ranulfo, el herrero de la zona. Mientras muelen sus cuatro kilos de maíz de nixtamal su reboso gris la cubre del humo de una maquina de diesel que dan vida al molino, ella se arrodilla frente a las piedras que giran y la tibieza le reconforta sus manos que estaban frías, y junta la masa en su cubetita de metal, se despide de sus amigas y vecinas, y camina apurada a sus casa; Ahí, en la que era la casa más bonita de la región, Ranulfo mueve la palanca del fuelle y aviva el fuego para hacer unas herraduras para el caballo de su hijo Manuel, el mayor de sus ocho hijos; Paula y Catalina hijas del matrimonio han cortado hongos y quelites y hasta los han limpiado para cocerlos en una rustica cocineta de leña cuyo comal es la tapa de un tambo de 200 litros; Esperanza, la menor de todas, cuida a Jaime el pequeño de pestañas largas y chinas que llora anhelando una teta de su madre y que ya no se conforma con “dedos de atole”. Cleofas llega hasta la cocina y se apura a hacer las tortillas en una maquina que aplana la masa, aviva el fuego soplando y acomodando la leña, cose los hongos y los quelites y fríe unos huevos de guajolote, hace una salsa de molcajete de tomate verde y chile cuaresmeño, y avisa al enojón de Ranulfo que el almuerzo esta listo, El primero en llegar es Federico, el menor que Manuel, pero que daba de tragar a las 40 borregas que berreaban en el corral por hambre, Mientras unos comen, Cleofas sirve sendas jicaras de pulque, una para ella y otra para su querido Ranulfo, los niños beben té de manzanilla y Jaime una teta de leche materna. Los niños mayores se alistan para la escuela y lo pequeños Silvino y Esperanza retozan en la milpa de maíz en buscan insectos para las gallinas.
Cleofas, lava los trastes con hojas de un árbol y los enjuaga con agua de una noria, no se queja, ella vive una felicidad que no comparte, y su rostro serio y arrugado sonríe de vez en vez cuando ve a su familia trabajando todos juntos, jugando unos, tendiendo las camas otras… Camina al pequeño solar y añade estambre a los pañales de su hijo, hace un fajero para amarrar el pañal y al terminar, solo suspira ya quisiera saber como se verá su retoño de pestañas largas y chinas. Cleofas, camina al estanque donde nadan patos y garzas y lava ropa en una piedra semi plana, una vez terminado cuelga la ropa en un mecate y se prepara para hacer de comer, Va al pueblo a comprar carne, y jitomates, y espera a sus crios mayores para regresar a la casa, en el camino todos ríen, juegan, y gruñen por el pinole que les compro su mamá. Cleofas hace de comer carne enchilada y sopecitos de frijoles refritos… Y así, este es un día en la casa de mi abuela, por ahí de los cincuentas, una mujer entregada a su matrimonio, a sus hijos, a su hogar, una mujer que supó lo que es dormir en un petate, moler maíz para hacer masa en un metate, moler en un molcajete para hacer salsas, cocinar con ollas de barro, buscar hongos, quintoniles, verdolagas para hacer de comer, hacer tortillas a mano, hacer fuego en la cocina sin humear, lavar ropa con lejía… en una piedra… hincada… y con el inclemente sol en su espalda, una mujer como hace tiempo había muchas, una mujer con autoridad moral y la capacidad para resolver problemas que ya quisieran hoy muchas.

60 años después, en este año 2008 una mujer festeja el 10 de mayo, la escucho llorar porque nuestros patios son anexos, se ha auto regalado una maquina caminadora, se enfada… y vocifera… y ve llegar a su pequeño crio.
- Mama tengo hambre.
-¡Con una chingada cabrón, hoy es mi día!... ¡No me lo arruines!... ¡lárgate a chingar a tu madre a tú cuarto!... ¡No me estés chingando!... En el refri hay kentoki… ¡caliéntalo en el micro! ¿Ni eso puedes pinche parasito inútil?-…
Chicky como amorosamente lo llaman sus padres, sube las escaleras, sus lagrimas se estrellan en los escalones recién pulidos por la chacha; En su cuarto chicky enciende su Xbox y juega Halo 3, a sus ocho años es un experto y ha terminado el juego en modo difícil, ha practicado casi todos los días, a veces sábados y domingos, mientras su madre duerme. Gabriela, madre de chicky tiene razón para deprimirse y es que aun con licuadora, refrigerador, horno de microondas, cocina integral, comida enlatada, pañales desechables, ropa de marca, zapatos cómodos, colchón ortopédico, refrescos, escuela de paga, chacha, agua entubada, boiler, televisión, tortillería, panadería, automóvil y un largo etc. Gabriela puede celebrar, aunque solo sea por el hecho de haber parido.

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